Tuesday, January 22, 2013

La Leyenda del Chupacabras


Yo lo vi. Fui el primero en verlo. Corrí al pueblo y se los dije a todos, se los grité; pero no me creyeron. Nadie me creyó: una sombra se movía sigilosa entre la maleza,  una sombra obscura, sin forma definida, más grande que un lobo, con unos ojos amarillos penetrantes, que me congelaron la sangre con su mirada de hielo; pero nadie me creyó.
Más bien se burlaron de mí; como se han burlado siempre. Sus burlas y carcajadas las seguí oyendo por horas, incluso cuando vine a refugiarme a mi escondite, a mi refugio, como hago siempre cuando las gentes me lastiman, odiándolos con toda el alma.
Para ellos nunca dejé de ser el tonto del pueblo; el loco, como me llamaban. Cierto que soy feo, con una joroba grande en la espalda y demasiado pelo en el cuerpo; pero nunca he sido tonto. Mi madre siempre me lo dijo. Mi madre, la única persona que me ha querido como soy, hasta el día en que murió de pronto hace seis meses, dejándome sólo; sólo y desamparado.
Después encontraron el primer animal muerto: una cabra. De ahí nació el mote de Chupacabras. Luego fueron gallinas, pájaros, conejos…hasta una vaca. Todos con el cuello destrozado y sin gota de sangre en el cuerpo. Entonces empezaron a creerme.
En medio de esta miseria y esta soledad, la única luz que ilumina mi vida es Jacinta. La veo todas las tardes, cuando regresa de la escuela, con su falda agitada por el viento y su blusa que me hace sentir el florecimiento de la primavera. La vengo a ver todas las tardes, aunque ella no me ve. Me escondo entre los arbustos para que no me note, porque me da miedo asustarla con mi fealdad.
Ayer encontraron la vaca muerta y se armó la de Dios es grande. El pueblo entero entró en un frenesí de pánico. Las mujeres se metieron a la iglesia a rezar y los hombres se fueron a buscar ayuda a los pueblos vecinos; quieren formar un grupo de gente armada que busque al Chupacabras y lo mate. El miedo se respira en el aire como si fuera polen. Todos están nerviosos y espantados.
Jacinta me vio ayer, no pude evitarlo; pero en vez de correr, como hacen todas las chicas cuando me ven, se me quedó mirando fijamente y no dijo nada.  Yo me inundé de vergüenza y sentí la necesidad de huir, pero su mirada fija y tierna me hizo detenerme. Estaba radiante, como la luz de mayo, y sus ojos luminosos y dorados como el sol me hicieron sentir algo que nunca antes sentí; pero me ganó la  vergüenza y finalmente salí corriendo.
Hoy llegaron los refuerzos de los pueblos vecinos, son muchos hombres, todos armados de lanzas, ballestas, cuchillos y hasta escopetas. Ya era hora, porque hoy se encontró el primer cadáver humano, con el cuello destrozado y sin gota de sangre en el cuerpo. Es el cadáver del novio de Jacinta. Yo creo que hasta aquí llego el Chupacabras; no tiene oportunidad ante tanto hombre armado.
Esta noche me robo a la Jacinta, no puedo esperar más. Me la llevaré lejos, muy lejos, donde nadie nos conozca y podamos empezar juntos una nueva vida. Mi corazón me dice que no se va a negar, me lo han dicho sus ojos dorados. Nos iremos de este pueblo miserable que por fin recobrara la calma  de una vez y para siempre. El Chupacabras  también se irá con nosotros. 

Tuesday, January 15, 2013

Nimiedades: Con Polígono de Tiro


Hace un par de siglos, cuando era abogado de una importante Financiera mexicana -gracias a Dios ya desaparecida-, me tocó el ingrato encargo de embargarle la silla de ruedas a una pobre viejecilla. La susodicha estaba en mora del préstamo que sacó en la Financiera precisamente para adquirir la indefectible silla de ruedas. Como en aquel entonces yo todavía creía firmemente en el apotegma de que la ley es dura, pero es la ley, (dura lex set lex, decían los jurisconsultos romanos), acompañado del Actuario del Juzgado de Primera Instancia de lo Civil, procedimos de conformidad y nos apersonamos en la residencia fijada por la víctima para oír y recibir notificaciones; misma que resultó ser una humilde pocilga instalada mas allá de donde chifló Tarzán. La viejecilla, amable y generosa, nos invitó a pasar y, sin saber la razón de nuestra presencia en su morada, nos invito un café y galletitas. El Actuario y yo nos lanzábamos miradas compungidas y angustiadas, pues no sabíamos como anunciarle las malas nuevas a la linda y gentil ancianita. Acto seguido, sacando fuerzas de su credencial oficial, el Actuario tomó la palabra y con toda la finura y delicadeza posibles en estos casos, le informó a la linda viejecilla la impostergable noticia. Doña Clotilde, que así se llamaba en este caso la víctima de la voracidad bancaria, hizo un gesto de dolor, apenas perceptible, recogió tazas y platos y se encaminó lentamente a la cocina, que era otro pedazo del mismo cuarto apenas separado por un tela raída, y sin color, a guisa de cortina. Mientras regresaba, el Actuario y yo intercambiamos miradas de resignación y de tristeza, y nos preparamos para dejar la casa. Al volver, la tierna viejecita apareció con una mirada diferente y un revólver en la mano. Ya se imaginarán que los dos abogados salimos de aquella casa al instante, sin pronunciar palabra. Aquel mismo día renuncié a mi trabajo en la Financiera, abandoné la carrera jurídica, empecé a escribir poemas y fundé un asilo para ancianos, con polígono de tiro y todo.